Ricky Martin: el arte de la reinvención eterna

Escrito por el 08/06/2020

En su nuevo EP, el puertorriqueño desafía una de las leyes más básicas del funcionamiento de las caseteras, demostrando que los botones “pausa” y “rec” pueden funcionar simultáneamente.

En tiempos de cuarentena se habla mucho de reinventarse, y si hay un artista que sabe de ello definitivamente es Ricky Martin. Primero se alejó de las baladas y del pop tradicional, para comenzar su propia exploración con las percusiones afrolatinas: MaríaLa bomba y La copa de la vida; en estas dos últimas apoyado por la producción y los arreglos de Robi Draco Rosa. Saltó a la escena internacional con Livin’ la vida loca y consolidó algunos grandes éxitos de menor trascendencia: She Bangs, Private Emotion y Nobody Wants to be Lonely (con Christina Aguilera). Luego, tomó aire por unos años en el mercado latino (Asignatura pendiente, Todo queda en nada y Lo mejor de mi vida eres tú), para terminar aterrizando en los ritmos urbanos. Entonces pegó palazos como Frío (con Wisin & Yandel), La mordidita (con Yotuel, de Orishas); Vente pa’ acá y No se me quita (ambas con Maluma).

Ahora nos presenta un abrebocas de Pausa, su nuevo álbum. Acorde al aislamiento obligatorio que gran parte del planeta está viviendo y a esta necesidad compartida, entre quienes tenemos el privilegio de poder hacerlo, de buscar que esta pandemia nos reconecte con alguna parte perdida de nosotros. Un compacto diferente a todos los anteriores, con producción más sutil —las piezas más movidas vendrán en una segunda parte llamada Play— y con algunos invitados totalmente inimaginables en un disco suyo, o al menos para un disco suyo editado en tiempos en que el perreo es rey. 

Por ejemplo, la canción con Diego El Cigala (Quiéreme), evoca al “Ricardo” de Tu recuerdo (con La Mari de la hoy extinta Chambao), pero mostrando una voz añeja que solo puede mejorar con los años. Acertadísimo el detalle de abrirla con el artista anfitrión luciendo sus méritos flamencos y recién allí, presentando al insuperable gitano “indestructible”. Y en Recuerdo aparece Carla Morrison y juntos nos regalan una frase memorable dentro del EP: “Pude ver en ti mi reflejo, la mitad de mi vida hecha beso”. O la inclusión de un Sting hispanoparlante en el introductorio Simple. Sí, es cierto que ese detalle que fue tan original en algún momento, ahora se ha vuelto cada vez más frecuente. ¿Pero qué ser humano que adore el pop —o a Ricky— y haya crecido gritando “Roooooooooooxannnnnnne” podría no emocionarse con las letras del español fisurado del excantante de The Police?

Un detalle llamativo es que está producida, entre otros, por Montana The Producer. Uno de los personajes que en la década recién terminada entendieron que la música urbana —tan explorada por Martin en los últimos años— necesitaba salir a tomar aire. Sumergiéndose en sonoridades más orgánicas, como las del reggae: “Cuando comenzamos el proyecto de J. Álvarez el género del reguetón era o muy perreo o estaba muy electrónico, como Rastrillea o lo que estaban haciendo Wisin & Yandel con Abusadora y todo eso”, me explicaba Montana en una entrevista realizada hace cuatro años. Él también ha producido composiciones como Buscándote, de Mike Bahía; Junto al amanecer, de J. Álvarez; El orgullo, de Alkilados, con Farruko, y la cigalesca composición ya referida. 

Pero en el disco también trabajaron como productores Julio Reyes Copello (quien ya había metido mano en A quien quiera escuchar, último larga duración de Ricky Martin), Raúl Refree (Los ángeles, Rosalía) y hasta Residente. Y como compositores la cantante española Beatriz Luengo, la rapera cubana Danay Suárez, el tenor venezolano Ender Thomas, el artista emergente Pablo Preciado o Rec 808 —uno de los responsables de Calma, de autoría de Pedro Capó, quien es otro de los invitados del disco (en Cae de una). Además de las figuras referidas en los featurings, ya que salvo Tiburones, todos los tracks tienen alguna adición.

Por cierto, tal vez no sea descabellado afirmar que se trate del mejor sencillo que Ricky ha presentado en los últimos ocho o diez años. Una melodía que no necesita grandes metáforas para mostrarse como auténtica y contundente (“vamo’ a cambiar de casa, vamos un mes de viaje; hablemos otro idioma, bésame aquí en la calle”). En Tiburones la cotidianidad es la que reflota, en medio de una canción neutra que puede sentirse sincera tanto si el intérprete se la susurra a su marido como si Residente se la dedicara a su novia. 

La versión dancehall con Farruko —no incluida en el EP— rompe parcialmente con el aire tranquilo de la primera versión, pero brilla con el sonido caribeño que le imprime este reguetonero que acaba de grabar en Jamaica el álbum más trabajado de la historia del perreo. En Gangalee, este rapero, productor y empresario no solo revisitó distintas épocas sonoras que podrían ayudar a entender la evolución del reguetón, sino que además invitó a artistas disímiles para reafirmar su tesis: J Balvin, Kafu Banton, Manuel Turizo, Zion & Lennox, Don Omar, Anuel AA y hasta el propio nieto de Bob Marley (Jo’ Mersa Marley) son algunos de los invitados. El trabajo además está lleno de referencias a clásicos como Legalize it, de Peter Tosh, o Bandoleros, de Don Omar y Tego Calderón.

El disco finaliza con un himno de unión que Ricky Martin lanzó poco tiempo después de la revolución puertorriqueña que tumbó al exgobernador Ricardo Rosello, entonces primera figura de poder de la isla. En él está sampleado el clásico Mi gente, de Héctor Lavoe, y participan sus compañeros de lucha: Residente y Bad Bunny; quien, hay que decirlo, acaba de meter la pata en grande con Ricky en otra de sus canciones, en medio de un éxito que además muchas mujeres han considerado ofensivo (Hasta que Dios diga, con Anuel AA).

Porque si bien no fueron los tres intérpretes de Cántalo los principales responsables de movilizar las marchas en Puerto Rico, es importante destacar que sin ellos probablemente su rango no se habría ampliado tanto. No hay que olvidar que Ricky Martin es un artista muy querido particularmente entre mujeres adultas, que lo sienten casi como un símbolo patrio, Residente es un influencer con mucha acogida entre los jóvenes que escuchan rock y otros ritmos alternativos, y por su parte Bad Bunny tiene una acogida impresionante en los sectores populares. Los denominados “caseríos”, que han sido tan vitales para el nacimiento de la salsa o del reguetón como culturas, sonidos y movimientos.


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